Queridos amigos, señoras y señores
Oración madrileña sobre la moratoria
Queridos amigos, señoras y señores,
que ninguna mujer podía ser legalmente obligada a dar a luz y que ninguna debería ser encarcelada por haber abortado. Fue una solución obligada y digna que hoy no sería ni justo ni posible anular y que se tomó para combatir el aborto ilegal. Sin embargo, desde entonces a hoy, el planeta ha sido golpeado con más de mil millones de abortos y una capa de desesperación ha calado en la Humanidad. Los abortos se siguen practicando con una media de 50 millones al año. Ningún anticonceptivo ha limitado el número de abortos por la sencilla razón de que el aborto quirúrgico y farmacológico se ha convertido en el anticonceptivo más utilizado. Nuestro planeta ha envejecido precozmente y la vida ha sido maltratada y deshumanizada.
Queridos amigos, señoras y señores,
Hace muchos años se decidió en Occidente que ninguna mujer podía ser legalmente obligada a dar a luz y que ninguna debería ser encarcelada por haber abortado. Fue una solución obligada y digna que hoy no sería ni justo ni posible anular y que se tomó para combatir el aborto ilegal. Sin embargo, desde entonces a hoy, el planeta ha sido golpeado con más de mil millones de abortos y una capa de desesperación ha calado en la Humanidad. Los abortos se siguen practicando con una media de 50 millones al año. Ningún anticonceptivo ha limitado el número de abortos por la sencilla razón de que el aborto quirúrgico y farmacológico se ha convertido en el anticonceptivo más utilizado. Nuestro planeta ha envejecido precozmente y la vida ha sido maltratada y deshumanizada. De un tiempo a esta parte, el aborto también se ha trasladado desde el seno materno al tubo de fertilización artificial. Y se ha ido haciendo cada vez más selectivo, genéticamente despótico, y es la nueva esclavitud a través de la cual una cultura fuerte y dominante, orgullosa de su pacto faustiano con el cientificismo, actúa sobre los seres humanos más débiles. Decide sobre la piel de las mujeres y de los niños en un naufragio universal en el cual ya nadie tiene la valentía de pronunciar el grito de la salvación que siempre ha sido el orgullo de navegantes y socorristas: ¡Primero las mujeres y los niños!
Esta cultura de radical descristianización actúa de manera similar al monte Taigeto que domina Esparta: se declaran anticuadas la atención de los pacientes, la aceptación de los distintos, y en cambio, es considerada moderna la aniquilación de la vida no digna de ser vivida: no es digna de ser vivida la vida de millones de niñas en Asia, víctimas de políticas antinatalistas basadas en la exclusión sexista de quien se considera como una carga para la linealidad del eje hereditario o para el trabajo agrícola. No es digna de ser vivida una vida de los niños que padecen síndromes con los cuales se puede llevar la vida ordinaria o extraordinaria en busca de la felicidad y del reconocimiento de una naturaleza humana común. Hace dos semanas, en un hospital de Nápoles fue eliminado, en condiciones infernales, un bebé de 21 semanas con síndrome de Klinefelter, una anomalía cromosómica que afecta a uno de cada 500, que se cura con métodos clásicos y llevando vida normal. Ni un solo periódico o telediario lo ha destacado. A los desechos urbanos que preocupan a la población italiana cuando montañas de basura se acumulan en las calles de una ciudad, se ha sumado, ante la indiferencia general, otro desecho humano al que se le considera incluso indigno de sepultura.
En Italia, se ha llegado a la locura de debatir si se debe o no acoger y curar a los neonatos vivos que son el fruto de abortos terapéuticos en la vigésima segunda o vigésima tercera semana de gestación. A nuestra ministra de Sanidad, una católica que abdicó de su cultura y sensibilidad en aras de la ideología, le parece una “crueldad” que estos niños reciban atención médica sin antes pedir permiso a los padres. La lógica del aborto fácil, que la píldora abortiva RU 486 está destinada a reactivar, entregando a la antigua soledad femenina la práctica abortiva, persigue a su presa, el nasciturus, hasta en el aire que todos respiramos, hasta dentro del mundo en el cual todos deberían ser titulares de la libertad de vivir.
Una cultura mortífera, de la que todos somos más o menos cómplices, condena a la mujer a una lógica de miedo y rechazo violento y antinatural de la maternidad, a la ignorancia, a acostumbrarse al desamor y la infelicidad. Esta cultura despacha como derecho de autodeterminación y como libertad o soberanía procreativa la tendencia nihilista de disponer de la libertad de los demás a nacer, se ensaña con el cuerpo femenino imponiendo como modelo social libertario el acto más contrario a las más elementales consideraciones de humanidad y de piedad que todos los seres racionales, sean o no creyentes, comparten en el fondo del alma y en su propia conciencia: las mujeres y los bebés que están por nacer padecen el engaño y la práctica del homicidio perfecto. Un poder ideológico históricamente masculino lleva a la negación total del futuro para las criaturas humanas concebidas por amor y arrancadas con violencia y dolor del refugio natural en el que habían recibido la promesa sagrada de la vida y del amor. Todo esto ocurre en la más absoluta indiferencia moral y filosófica y sólo la Iglesia Católica y otras confesiones cristianas alzan la voz sin escuchar a la cultura de la muerte y su miserable significado de esclavitud y demencia civil.
El pasado 6 de enero, en su discurso al Cuerpo Diplomático, Benedicto XVI pidió reabrir el debate sobre el valor sagrado de la vida después de que una votación de Naciones Unidad pidiera la suspensión, la moratoria, de las ejecuciones legales en el mundo. Cuando era teólogo y cardenal, el Papa advirtió al planeta afirmando que con esta elección de “curar” la vida negándola “declaramos como herejes al amor y al buen humor”. En efecto, ¿cómo podemos alegrarnos de un gesto humanitario como la moratoria sobre la pena de muerte si no somos capaces de favorecer una moratoria sobre el aborto?
El secretario de las Naciones Unidas ha declarado recientemente que las mujeres son objeto de violencia y exclusión en el mundo, y que en muchos países “no tienen ni siquiera el derecho a la vida” y ha considerado “un flagelo” esta práctica criminal. Un gran jurista italiano, el fallecido Norberto Bobbio, liberal socialista, prototipo de intelectual laico, dijo en 1981 que, de todos los derechos, “el derecho a nacer debe ser defendido con intransigencia”, por la misma razón por la que se opuso a la pena de muerte. Un gran y añorado poeta italiano, Pier Paolo Pasolini, marxista y católico, dijo recordar su propia vitalidad de niño nasciturus, de sentir físicamente en su cuerpo la señal de una vida iniciada en el seno de su madre y definió como homicidio cualquier tipo de aborto.
Pero estas afirmaciones, estos sentimientos, estos pensamientos que unen a la esperanza con el voto de los creyentes y no creyentes, han sido archivados por el pensamiento dominante. Estas certezas y evidencias de la mente y del corazón son frecuentemente vilipendiadas como expresiones del oscurantismo liberal por la comunidad tecnocientífica, por los gurús en bata blanca que teorizan el derecho a morir y apoyan incluso la eutanasia según las reglas del protocolo holandés de Groningen. Ideólogos de buena fe, fanatizados por la presunción de estar en lo justo y de trabajar a favor del progreso de la Historia, se arrogan el derecho de definir con pretensiones científicas los límites de la libertad de existir. Qué más da que en las salas de concierto se pueda escuchar la música divinamente orquestada por un director con la espina bífida: los que tienen la espina bífida han de morir por decisión legal. Estos gurús posmodernos quieren entrar en los Parlamentos, como ocurre hoy en Italia con la candidatura del profesor Umberto Veronesi en las filas del Partido Democrático. Copan las primeras páginas de los periódicos y de las revistas que venden el espejismo de una vida indefectiblemente sana y confortable, predican el derecho de fabricar niños a la carta según deseos y gustos subjetivos, difunden una cultura sanitaria que excluye cualquier salvación y esperanza para los débiles, los anormales y por los indefensos de cualquier tipo. Y todo en nombre de su mismísima felicidad, que la nada conseguiría mejor que la existencia. Y en nombre de la libertad y autodeterminación de las mujeres, cuando, en sus orígenes, el feminismo hacía de la lucha contra el aborto, del cual las mujeres son víctimas, su bandera. Dice san Pablo a los Romanos que “en la esperanza hemos sido salvados”. Y ahora, en la negación de cualquier esperanza, predicada por una medicina convertida en pura técnica que ha traicionado hasta el juramento hipocrático, estamos inevitablemente perdidos.
La batalla contra el aborto y la eugenesia, contra el gesto más antifemenino que uno pueda imaginar y contra el programa de mejora de la raza, es la frontera decisiva de nuestro siglo. No se trata de una contienda ética ni de una disputa sobre los valores morales. La batalla que se libra en torno a la familia, al amor, al matrimonio, al vínculo entre placer unitivo y el don de uno mismo, entre el eros y el ágape, es la gran batalla sobre el futuro de la Humanidad, sobre el poder del buen humor y de la paz cristiana contra la lógica de guerra “superhombrista” y “transhumanista” de la civilización occidental en la hora de su debilidad y de su resignación a la nada. Nada es más importante en el frente cultural, civil y político. No existe salvación para el encanto de la vida moderna, para la ironía y la alegría en las relaciones personales, para las grandes posibilidades que la ciencia abre a la vida si esta batalla no se libra con el ruido y fragor necesarios. No existe salvación de nuestro estilo de vida liberal si no se restaura la antigua alianza de vida y libertad, proclamada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América. Entre la mentalidad abortista y la idea “binladenista” según la cual se debe amar más a la muerte que a la vida hay un sutil pero visible elemento de continuidad. El aborto masculino, moralmente indiferente, condena a las mujeres a la misma sumisión y soledad a la que las condena el natalismo forzado y la obligación de dar a luz contemplada en la umma islámica. Hemos conquistado, contra el aborto clandestino, la posibilidad de elegir; y venceremos la batalla de la civilización sólo si conseguimos elegir la vida, poner a toda mujer en situación de ser libre de no abortar. Ésta es la frontera de una modernidad liberada de la esclavitud femenina y de la esclavitud infantil; es capaz de reproducir sin fanatismo y sin cinismo el futuro de nuestro mundo y de nuestro modo de vivir en el respeto absoluto de los inocentes y del descarte de cualquier relativismo y subjetivismo nihilista.
Queridos amigos, tengo mucho respeto por su presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. Y no sólo porque soy extranjero. Cuando vi a vuestro Soberano responder a un dictadorzuelo latinoamericano con la ya famosa frase “¿Por qué no te callas?”, aplaudí ante mi televisión. Sin embargo, las ideas de Zapatero sobre matrimonio y familia, su concepción de lo que es la identidad de género y su filosofía sobre un poder democrático únicamente procesal basado sólo sobre los números, lo considero como la negación de un racionalismo laico y moderno, como una superstición democrática capaz de promover horrores como la reforma del Código Civil que ha eliminado el concepto de padre y de madre del Derecho de familia. Para los liberales, la igualdad se realiza en el reconocimiento de la diversidad. Son los jacobinos y, luego, los totalitarismos del siglo XX los que han cortado la cabeza al Derecho liberal para traer a la tierra el paraíso de la igualdad como homologación que ha sido de los horrores del siglo pasado.
Durante todo este tiempo, mientras muchos de nosotros han mirado para otro lado, millones de voluntarios en todo el mundo han librado y vencido la batalla justa, han conquistado uno tras otro los molinos de viento de la Mancha universal. No es sólo la gran lección de solidaridad, de socorro y de santidad que llega de los obreros de la paz y de la vida en el mundo católico y cristiano.
En una sociedad moderna, y en una rica ciudad europea como Milán, en un hospital que se ha convertido en el símbolo y el templo de la lucha entre el aborto y la libertad de no abortar, una mujer extraordinaria, Paola Bonzi, ha conjurado con todas sus fuerzas la actual corriente de indiferencia. Paola ha creado un centro de asistencia a la vida y se ha puesto a escuchar a miles de mujeres. Paola no tiene la facultad de la vista, pero ve mucho más lejos que cualquiera de nosotros y conoce mejor que nadie las verdaderas razones de las mujeres que se sienten obligadas a eliminar a sus hijos: las dificultades materiales, la soledad, los condicionantes sociales, el miedo de no estar a la altura de las tareas educativas en una sociedad que considera como una carga la presencia de los más pequeños y que los margina de sus preocupaciones sociales, una vena de utilitarismo y de ilusión personal. Poco a poco, con tenacidad, sin moralismos, dedicándose con infinita paciencia a ese ser olvidado que es la mujer que está a punto de ser madre, Paola se ha convertido en la madre de miles de niños y de miles de madres.
Paola es una persona auténtica, y espero llevarla al Parlamento en una lista a favor de la vida y contra el aborto, que se presenta a las próximas elecciones generales en Italia. Pero si pudiera, también llevaría al Parlamento a Juno, la protagonista de una hermosa fábula de Hollywood que está a punto de estrenarse en las salas de cine de Europa. Juno es una chica moderna, que habla un lenguaje callejero florido y debocado, y por instinto llega a comprender que el rechazo de la maternidad no debe coincidir con el resignarse a la muerte. Juno está llena de amor y buen humor, hace reír y llorar al público como en las mejores comedias, pero no es una heroína sulfúrica de Pedro Almodóvar. Su lógica es poética. Juno se escapa de una clínica abortista y da a luz a un niño hermoso, que entrega en adopción a una mujer que ansía la maternidad. Así reconquista la belleza de la existencia. Un mundo que se considere libre y moderno tiene mucho que aprender de los antiguos tornos de los monasterios medievales.
Queridos amigos, señoras y señores. Todo en lo que creemos, nosotros los liberales y laicos, aliados a los cristianos fervientes y conscientes, puede resumirse en una frase de su hidalgo: “He nacido para vivir muriendo”. Cervantes tenía que tener en la cabeza “la vida muriente” predicada por Agustín de Hipona. La vida humana es limitada y aspira a lo infinito, por eso debe ser considerada como sagrada y definida por la esperanza. La razón humana está limitada por el misterio, por eso debe ser utilizada en armonía con el Derecho natural y con la reconstrucción racional, en la esfera pública, de principios que no son negociables, por ningún motivo en el mundo. Y estas cosas, le decía el hidalgo a su escudero Sancho Panza, cuando el amor y el buen humor no estaban considerados heréticos, para sonreír afectuosamente a su realismo de comilón, a su maravilloso cinismo popular: “Tú, Sancho, has nacido para vivir comiendo”. Miren mi cuerpo y comprenderán que tengo la autoridad necesaria para decirles lo que les he dicho. Gracias.
Versione italiana
Cari amici, signore e signori. Molti anni fa noi occidentali abbiamo deciso che nessuna donna può essere legalmente obbligata a partorire e che nessuna donna deve essere incarcerata per avere abortito. Fu una soluzione obbligata e decente, che non è possibile e non è giusto oggi rovesciare, e che fu presa per combattere l'aborto clandestino. Ma da quel tempo ad oggi il mondo è stato sfregiato da oltre un miliardo di aborti, e una cappa di muta disperazione è calata sull'umanità. Gli aborti continuano al ritmo di cinquanta milioni l'anno. Nessun contraccettivo ha limitato il numero degli aborti, perché l'aborto chirurgico e farmacologico è diventato il metodo anticoncezionale più diffuso. Il nostro mondo è invecchiato precocemente e la vita è stata maltrattata e disumanizzata. Da quel tempo ad oggi l'aborto si è anche trasferito dal seno materno alla provetta della fecondazione artificiale. E' diventato sempre di più aborto selettivo, dispotismo genetico, nuova schiavitù in cui una cultura forte, dominante, fiera del suo patto faustiano con il diavolo dello scientismo, decide per conto dei più deboli e indifesi tra gli esseri umani. Decide sulla pelle delle donne e dei bambini in un naufragio universale in cui nessuno ha più il coraggio di gridare il grido della salvezza che è sempre stato orgoglio dei navigatori e dei soccorritori: prima le donne e i bambini!
Questa cultura di radicale scristianizzazione decide come si decideva sul monte Taigeto che domina Sparta: la cura del malato, l'accoglienza del diverso, sono state dichiarate anticaglie, arcaismi, ed è stato giudicato moderno e postmoderno l'annientamento all'origine della vita considerata non degna di essere vissuta. Non è degna di essere vissuta la vita di milioni di bambine in Asia, vittime di politiche pubbliche antinataliste fondate sull'esclusione sessista di chi è considerato un ingombro per la linearità dell'asse ereditario o un carico inutile nel mondo del lavoro agricolo. Non è degna di essere vissuta la vita dei bambini affetti da sindromi con le quali si può condurre una vita ordinaria o straordinaria, alla ricerca della felicità e nel riconoscimento della comune natura umana. In un ospedale di Napoli due settimane fa è stato eliminato, in condizioni infernali, un bambino di ventuno settimane che aveva la sindrome di Klinefelter, una anomalia cromosomica che tocca a un piccolo su cinquecento e che si cura con metodi ordinari e consente una vita sostanzialmente regolare. Nessun giornale, nessun telegiornale se ne è accorto. Ai rifiuti urbani che preoccupano la comunità italiana mentre montagne di spazzatura si accumulano nelle strade di quella città, un tempo capitale di una grande cultura umanistica, si è aggiunto nell'indifferenza generale un altro rifiuto umano considerato indegno perfino di sepoltura.
In Italia si è arrivati alla follia di discutere se si debbano o no accogliere e curare i neonati vitali che sono il frutto di aborti terapeutici alla ventiduesima o ventitreesima settimana di gestazione. Il nostro ministro della Salute, una cattolica disperata che ha consegnato la sua cultura e la sua sensibilità alla prigione dell'ideologia, ha considerato “una crudeltà” che questi bambini vengano presi in cura senza prima chiedere l'autorizzazione dei genitori. La logica dell'aborto facile, che la pillola abortiva Ru486 è destinata a rilanciare, riconsegnando all'antica solitudine femminile la pratica abortiva, insegue la sua preda, il bambino nascituro, fin dentro l'aria che tutti respiriamo, fin dentro il mondo in cui tutti dovremmo essere stati creati eguali ed egualmente titolari della libertà di vivere.
Una cultura mortifera di cui tutti siamo più o meno complici condanna le donne a una logica di paura e di rigetto violento e innaturale della maternità, di ignoranza e di abitudine al disamore e all'infelicità. Questa cultura spaccia per diritto di autodeterminazione e per libertà o sovranità procreativa la nichilistica tendenza a disporre della libertà altrui di nascere, si accanisce sul corpo femminile imponendo come costume sociale libertario l'atto più contrario alle elementari considerazioni di umanità e di pietà che tutti gli esseri razionali, credenti e non credenti, condividono nel fondo del proprio animo e della propria coscienza: le donne e i bambini nascituri subiscono l'inganno e la pratica dell'omicidio perfetto. Un potere ideologico storicamente maschile conduce alla totale negazione del futuro per creature umane concepite nell'amore e strappate con violenza e con dolore dal riparo naturale in cui hanno ricevuto la promessa sacra della vita e dell'amore. Tutto questo avviene ormai nella più totale indifferenza morale e filosofica, e solo la chiesa cattolica e le altre denominazioni cristiane levano la loro voce inascoltata contro l'abitudine alla morte e il suo miserabile significato di schiavitù e di demenza civile.
Nel suo discorso al corpo diplomatico dello scorso 6 gennaio Benedetto XVI ha chiesto di riaprire la discussione sul valore sacro della vita umana dopo il voto delle Nazioni Unite che chiede la sospensione, la moratoria, dell'esecuzione delle pene di morte legali in tutto il mondo. Quando era un teologo e un cardinale, il Papa aveva messo in guardia il mondo affermando che con questa selta di “curare” la vita negandola “abbiamo dichiarato eretici l'amore e il buonumore”. Infatti, come possiamo rallegrarci di un gesto umanitario come la moratoria sulla pena di morte se non siamo capaci di favorire una moratoria sulla pena d'aborto?
Il segretario delle Nazioni Unite ha recentemente dichiarato che le donne sono oggetto di violenza e di esclusione nel mondo, e che in molte nazioni “non hanno nemmeno il diritto alla vita”, e ha giudicato “un flagello” questa pratica criminale. Un grande giurista italiano, il compianto Norberto Bobbio, un socialista liberale che viene considerato un esempio perfetto di laicità, disse nel 1981 che tra tutti i diritti “il diritto di nascere deve essere difeso con intransigenza, e per lo stesso motivo per cui si è contrari alla pena di morte”. Un grande e compianto poeta italiano, il marxista e cattolico Pier Paolo Pasolini, affermò di ricordare la sua propria vitalità di bambino nascituro, di sentire fisicamente sul suo corpo il segno di una vita cominciata nel senso di sua madre, e definì omicidio ogni tipo di aborto.
Ma queste affermazioni, questi sentimenti, questi pensieri che accomunano la speranza e il voto di credenti e non credenti sono stati messi in archivio dal pensiero dominante. Queste certezze ed evidenze della mente e del cuore vengono regolarmente censurate come espressioni di oscurantismo illiberale dalla comunità della tecnoscienza, dai guru in camice bianco che teorizzano il diritto di morire, e sostengono perfino la pratica dell'eutanasia infantile secondo le regole del protocollo olandese di Groningen. Ideologi in buona fede, fanatizzati dalla presunzione di essere nel giusto e di lavorare per il progresso della storia, si arrogano il diritto di definire con pretese scientifiche i confini della libertà di esistere. Non importa che nelle sale di concerto si possa ascoltare la grande musica divinamente orchestrata da un direttore con la spina bifida: i malati di spina bifida devono morire per decisione legale. Questi guru postmoderni vogliono entrare nei Parlamenti, come accade oggi in Italia con la candidatura del professor Umberto Veronesi nelle file del Partito democratico. Occupano le prime pagine dei giornali, le riviste specializzate che vendono il miraggio di una vita indefettibilmente sana e confortevole, predicano il diritto di fabbricare bambini à la carte secondo i desideri e i gusti soggettivi, diffondono una cultura della salute che esclude ogni salvezza e ogni speranza per i deboli, per gli anomali, per gli indifesi di ogni genere. E questo nel nome della loro stessa felicità, che il nulla realizzerebbe meglio dell'esistenza. E questo in nome della libertà e autodeterminazione delle donne, quando il femminismo alle sue origini faceva della lotta contro l'aborto, di cui le donne sono vittime, la sua bandiera. Dice Paolo ai Romani che “nella speranza siamo stati salvati”. E ora nella negazione di ogni speranza, predicata da una medicina fattasi pura tecnica che ha tradito anche il giuramento di Ippocrate, siamo inevitabilmente perduti.
La battaglia contro l'aborto e l'eugenetica, contro il gesto più antifemminile che sia concepibile e contro il programma di miglioramento della razza, è la frontiera decisiva del nostro secolo. Non è una contesa etica, non è una disputa intorno ai valori morali. Quella intorno alla famiglia, all'amore, al matrimonio, al legame tra il piacere unitivo e il dono di sé, tra l'eros e l'agape, è la grande battaglia sul futuro dell'umanità, sul potere del buonumore e della pace cristiana contro la logica di guerra superomista e transumanista della civiltà occidentale nell'ora della sua fragilità e della sua rassegnazione al nulla. Niente è più importante sul fronte culturale, civile e politico. Non esiste salvezza per l'incanto della vita moderna, per l'ironia e la gioia nei rapporti personali, per le grandi possibilità che la scienza apre alla vita, se questa battaglia non viene data con il rumore e il fragore che sono necessari. Non esiste salvezza del nostro modo di vita liberale se non si restaura l'antica alleanza di vita e libertà, life and liberty, proclamata nella dichiarazione di Indipendenza degli Stati Uniti d'America. Tra la mentalità abortista e l'idea binladenista che si debba amare la morte più della vita c'è un sottile ma visibile elemento di continuità. L'aborto maschio, moralmente indifferente, condanna le donne alla stessa sottomissione e solitudine a cui sono condannate dal natalismo forzato e dall'obbligo a partorire praticato nella umma islamica. Noi abbiamo conquistato, contro l'aborto clandestino, la possibilità di scegliere, il pro choice; e vinceremo la battaglia di civiltà solo se riusciremo a scegliere per la vita, a mettere in grado ogni donna di essere libera di non abortire. Questa è la frontiera di una modernità libera dalla schiavitù femminile e dalla schiavitù infantile, e capace di riprodurre senza fanatismo e senza cinismo il futuro del nostro mondo e del nostro modo di vivere nel rispetto assoluto degli innocenti e nella messa al bando di ogni relativismo e soggettivismo nichilista.
Cari amici, io ho molto rispetto per il vostro primo ministro José Luis Rodríguez Zapatero. Non solo perché sono uno straniero. Quando ho visto il vostro sovrano rispondere a un dittatorello sudamericano con la frase ormai celebre: “Perché non stai zitto?”, ho applaudito davanti al mio televisore. Ma le idee di Zapatero sul matrimonio e sulla famiglia, la sua concezione di ciò che è l'identità di genere, e la sua filosofia di un potere democratico procedurale fondato sui numeri e sui soli numeri, tutto questo lo considero la negazione di un razionalismo laico e moderno, tutto questo lo considero una sorta di superstizione democratica capace di mettere capo a orrori come la riforma del codice civile che ha cancellato il concetto di madre e di padre dal diritto di famiglia. Per i liberali, l'eguaglianza si realizza nel riconoscimento delle diversità. Sono i giacobini e poi i totalitari del Novecento a tagliare la testa del diritto liberale per portare in terra quel paradiso dell'eguaglianza come omologazione che è stata l'inferno del XX secolo.
Per tutto questo tempo, mentre molti di noi hanno voltato la faccia dall'altra parte, milioni di volontari nel mondo hanno dato e vinto la buona battaglia, hanno espugnato uno dopo l'altro i mulini a vento della Mancha universale. Non c'è solo la grande lezione di solidarietà, di soccorso e di santità che arriva dagli operatori di pace e di vita del mondo cattolico e cristiano. In una moderna e ricca città europea come Milano, in un ospedale che è diventato il simbolo e il tempio della lotta fra l'abitudine all'aborto e la libertà di non abortire, una donna straordinaria, Paola Bonzi, ha risalito con tutte le sue forze la corrente dell'indifferenza. Paola ha fondato un Centro di aiuto alla vita e si è messa in ascolto di migliaia di donne. Paola non ha la facoltà della vista, ma vede più lontano di ciascuno di noi e conosce più di ogni altro le vere ragioni delle donne che si sentono in obbligo di eliminare i loro bambini: le difficoltà materiali, la solitudine, il condizionamento sociale, la paura di non farcela di fronte al compito educativo in una società che svaluta come un ingombro la presenza dei piccoli e li emargina dalle sue preoccupazioni sociali, una vena di utilitarismo e di illusione personale. Piano piano, con tenacia, senza moralismi ricattatori, dedicandosi con infinita pazienza a quell'essere dimenticato che è la donna in maternità, Paola è diventata la madre di migliaia di bambini e di migliaia di madri.
Paola è una persona reale, e io spero di portarla in Parlamento in una lista per la vita e contro l'aborto che si presenta alle prossime elezioni politiche in Italia. Ma se potessi, porterei in Parlamento anche Juno, la protagonista di una clamorosa e bellissima fiaba hollywoodiana che sta per uscire nelle sale di cinema d'Europa. Juno è una ragazzina modernissima, parla il linguaggio colorito e sboccato delle nostre strade, e arriva per istinto a capire che il rifiuto della maternità non deve coincidere con la rassegnazione alla morte. Juno è piena di amore e buonumore, fa ridere e piangere il pubblico come nelle migliori commedie, ma non è una sulfurea eroina di Pedro Almodóvar. La sua è un'altra logica poetica. Juno scappa da una clinica abortista, partorisce un bel bambino e lo consegna in adozione a una donna che desidera la maternità, e così riconquista la bellezza dell'esistere. Un mondo che si considera libero e moderno ha tutto da imparare dall'antica istituzione medievale della ruota dei conventi.
Cari amici, signore e signori. Tutto ciò in cui crediamo, noi liberali e laici alleati ai cristiani ferventi e consapevoli, si riassume in una splendida frase del vostro Hidalgo: “Io sono nato per vivere morendo”. Cervantes doveva avere in mente la “vita morente” predicata da Agostino di Ippona. La vita umana è limitata e desiderosa di infinito, per questo deve essere tenuta per sacra e definita dalla speranza. La ragione umana è limitata dal mistero, per questo deve essere usata in armonia con il diritto naturale e con la ricostruzione razionale, nello spazio pubblico, di principi che non sono negoziabili per nessun motivo al mondo. E queste cose l'Hidalgo le diceva al suo scudiero Sancho Panza, quando l'amore e il buonumore non erano ancora stati dichiarati eretici, per deridere affettuosamente il suo realismo mangione, il suo meraviglioso cinismo popolare: “Tu, Sancho, sei nato per vivere mangiando”. Guardate il mio corpo e capirete che ho tutta l'autorità necessaria per dirvi quel che ho detto. Grazie
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